sábado, 19 de abril de 2008


Vista desde las terrazas de la clausura

No tan desconocida... María Gertrudis tiene calle en Torrejón de Ardoz (Madrid) desde finales 1995.

Una poetisa en busca de libertad

María G. Hore y Ley, poetisa en busca de libertad, afincada entre la moderna Cádiz y El Puerto de Santa María, empuñó el cálamo para expresar sus sentimientos y dejar constancia de su experiencia como dama de pluma de finales del setecientos. Casada a los veinte años con el nuevo socio de su padre, Esteban Fleming, y monja profesa con el beneplácito de su esposo a los treinta y siete, no sólo escribió tras ingresar en la clausura del monasterio de Santa María del Arrabal como se pensaba, sino mucho antes.

Fenisa, como se apodaba, no sólo compuso "melifluos versos". Fue una ilustrada, una fémina con inquietudes sociales, artísticas y culturales. Publicó numerosos versos en la prensa madrileña entre 1787 y 1796.

La que firmaba H.D.S. podía presumir de la crítica elogiosa del "Censor Mensual", apodo detrás del que se escondía Fray Fernando de Rojas, poeta salmantino, amigo de Fray Diego Tadeo González, Jovellanos, Cadalso, y Melendez Valdés.

Fue reconocida por sus coetáneos, no cabe ahora la menor duda. Dio renombre y fama a "su" monasterio. Sin embargo tanto el viejo edificio como la "Reina de las Musas", según se denominaba ella cayeron paulatinamente en el más profundo olvido.

Imaginémosla descubriendo fotografías tomadas en la clausura en la que vivió durante los últimos veintitrés años de su existencia. Porque de ella no tengo el menor rastro físico, si no fuese su apodo la "Hija del Sol". Tal vez fuera rubia de pelo largo, a no ser que fuese pelirroja por su ascendencia irlandesa.... Sólo les puedo ofrecer sus versos, sus cartas de índole íntima, sus traducciones en latín, en italiano, sus vivencias familiares antes de vestir el velo. Contarles los veintitrés años de su reclusión conventual a trozos, decirles que compartió celda con su madre apenas ingresada en la clausura, etc. Otra manera, quizás, de acercarse a la urbe gaditana de finales del setecientos, a través de los vestigios que aún conserva su ciudad, protegida por los altos muros de la clausura.


Sin el permiso de la abadesa Sor María Luz Suarez Meana, sin la confianza que me otorgaron las monjas de Santa María del Arrabal, "con las que me reí, me emocioné, lloré," imposible conocer los escondrijos de esa historia fascinante.